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¿A cuántas personas les has hablado de esto?A ninguna.

A ver, síguele…

De cómo me convertí en El Malo

Antes, imagíname aventando mi discman por la ventana. Espera. Estaba en el 2º. Piso de una casa azul con amarillo, las escaleras estaban por fuera y generalmente había colillas de cigarros en los escalones. No era muy limpio, al menos con mi casa. Estaba hecha un asco. En la sala había 3 sillones, grande, mediano y pequeño. Yo me sentaba en el mediano (el pequeño estaba hundido y al grande se le salían los resortes y picaban). El comedor era parte de la sala o la sala era parte del comedor, depende desde qué lado de la casa lo veías. Ese último día, dejé en la mesa 2 platos con pollo a la mantequilla (bueno, eso de “a la mantequilla” es un decir, porque en realidad lo cocí con mantequilla por que no había aceite), alrededor de la mesa había 3 sillas; en una estaba mi toalla mojada, en otra mi chamarra y la otra pues estaba del lado de los platos sucios. También había botellas, hojas, mi compu, vasos y cubiertos. Como a 5 pasos de la mesa estaba mi cuarto. La primer puerta a la derecha. Se escuchaba esa canción vieja que salía en un comercial de Coca Cola “Si-tu-me-quieres dame-una-sonrisa si-no-me-quieres no-me-hagas-ca-so”. Dejé mi grabadora prendida con un disco de varios éxitos juveniles de 197X. Me lo regaló el mismo primo que me dio mi primer disco de Joan Sebastian. En la cama, mis pantalones (andaba sólo en boxers y playera), y en el escritorio, muchas, muchas hojas.

Entonces, imagíname aventando mi discman por la ventana de la sala. Ahí comenzó todo. Cayó en el cofre de uno de los automóviles de mi vecino, un Dart K color vino. Se abrió la tapa del aparato y el disco que traía salió disparado (ahora supongo que habría sido mejor sólo destruir el disco). Siguió cayendo lo que quedaba del discman y al estrellarse en el suelo, las pilas continuaron con la secuencia de golpes al Dart (esta vez sólo le pegaron a uno de los faros). No creí que hicieran tanto ruido. Salió mi vecino. El discman abolló un pedacito del cofre. Me gritó: Pinche escuincle pendejo, mira lo que le hiciste a mi coche. No era para tanto, chillón. Ya estaba encabronado y pues francamente el vecino sólo me dio un pretexto para desquitarme un poco más. Bajé así, en mis chanclas, en mis boxers amarillos de cuadritos y en mi playera. No era una persona agresiva, pero cuando tienes un motivo, es fácil sacar lo poco o mucho que traes en los puños y en los pies. Me le acerqué, y le grité: mira imbécil, a mí no me dices escuincle (chistoso ¿no? yo en boxers reclamándole a mi vecino a 5cm de su jeta que no me dijera escuincle, no pinche ni pendejo, escuincle). Me respondió con un madrazo en la cara. Hijo, que putazo me acomodó. Más me enojé. Ya tenía ese saborcito salado de sangre en el hocico cuando ¡madres! Le acomodo una patada en una rodilla, según esto como el movimiento de mi piecito redentor iba en contra de la articulación, se la desmadré. Mi chancla se zafó (también pegó en el cofre del Dart) y el imbécil se cayó aparatosamente. Seguía mentándome la madre en el piso, creo que le dolió mucho. ¿Me pasé de huevos? si hubiera tenido puestas mis botas hubiera sido peor ¿no? Otra patada en el hocico para que se callara, otra en el estómago (a ver puto ¿quién es el escuincle?), otra en la rodilla para que de veras chillara por algo, patadas en los brazos, patadas en las piernas. ¿Me veía

como Malcolm Mcdowell? Tal vez si me hubiera puesto a cantar. Otra patada en la cara, total ¿qué tanto puede doler una patada a pie pelón?

I. me había dicho que cuando le pegas a alguien desquitándote de lo que otro alguien te hizo, imaginas al alguien que se pasó de madre en el alguien con el que te estás desquitando. Al principio creí que eso me estaba pasando, que estaba sacando mis rencores hacia H. y O.. Pero no, me estaba desquitando con mi vecino por las pendejadas que siempre había hecho mi vecino. Los gritos a su familia, los automóviles mal estacionados, las patrullas en su nombre que alguna vez intentaron callarnos, las miradas de repulsión a mis lindas barbitas. Rico, rico ¿no? ¿Otra patadita? Pos otra patadita. No me fijé, pero me dijo O. (el día en que me notificó el desalojo de su amistad o me mandó a la chingada, como te guste más) que al lado del coche vino estaba uno de los chamaquitos-vecinos. Cuando este vió que su papi “le estaba pegando con el puño cerrado al vecino chamagoso” corrió por su mami. No salió ella, salieron los otros 2 no-tan-chamaquitos-vecinos. Uno me dio un tubazo en la espalda que no me noqueó nomás porque el pendejo no le atinó bien. El otro me agarró de las greñas, me pegó en el estómago y me arrastró boca arriba. Como sólo traía mis boxers, me raspé las piernas, un poco los codos y las nalgas, mierda, cómo me ardían las nalgas. Ahora ya no sólo era un culero golpea-ancianos (olvidé mencionar que mi vecino tendría unos 56 años, que tenía el pelo blanquecino, que usaba una dentadura postiza medio amarillenta, unos pantalones bombachos color azul y una guayabera blanca con botones café), ya también era un exhibicionista-antimoral de nalgas raspadas.

Después ya sólo recuerdo pies, zapatos, calcetines, tierra, sangre, un chingo de coraje y dolor, mentadas de madre y chingos golpes. Todo combinado muy bonito. Perdí la noción de lo que sucedía, supongo que así te desmayas. Esa fue la primer victoria del “bando técnico”. Ellos eran los primeros que me ganaban. En el instante en que aventé el pinche aparato (que por cierto tocaba mp3 y me había costado 1342 pesos), en ese pinche instante de mi pinche vida, me convertí en el pinche malo de la historia de H. y O. En el enemigo feo, que espía, que grita, que golpea, que no entiende, que está ciego, que se interpone en la felicidad de los otros, los buenos.

De por qué me convertí en el malo o por qué aventé el discman.

Órale güero. ¿Algo más? Unos camel amarillos por favor. Oye güero, ¿qué no ésa es tu chava? Los dos volteamos. Sí, es mi chava. ¿Y la otra quién es güero? no parecen hermanas. No, es su querer. Reímos. No jodas, ¿quieres que les partamos la madre? Nomás deja le hablo al Rupe y les caemos. Nel, déjalas. No hay pedo. No mames, ¿a poco no sientes gacho que te pongan los cuernos? Nel, no son cuernos, yo ya sé y no hay pedo, yo también tengo mi querer. Ah cabrón. No pos, ¡Merol! Pero ¿en serio no tienes ningún pedo con eso? Nel, en serio. ¿En serio? En serio. ¡Merol! (el güero siempre dice merol cuando algo le sorprende o le emociona o le gusta).

Yo en realidad no tenía un querer, pero decía que sí para que no me preguntaran más pendejadas. Me encabronan los cuestionamientos. Las cosas son y ya. Lo que sigue. Me gusta preguntar, pero no me gusta que me pregunten.

¿Cómo se deben manejar los celos? Más aún ¿cómo reaccionas cuando te das cuenta que ella ama a alguien más al mismo tiempo que a ti? ¿Te callas? ¿finges no saber? ¿te vas? ¿caes, te levantas y sigues con la frente en alto? Ja. Por favor, qué reverenda estupidez. ¿Cómo es que caes en esos momentos? ¿de veras te mueres por dentro? Y si así es, ¿de veras puedes levantarte? Pero, ¿qué tiene de malo amar a dos personas? Al final, se aman diferente y no tendría por qué interferir en tu relación ¿no? Tenía estos juegos mentales bastante difíciles, por un lado esa costumbre mía, esas tradiciones monogámicas-religiosas-abuelescas y por el otro, la relación razón-sentimiento, equilibrio en los aspectos humanos, permitir que lo mental elabore la mayor parte de la conciencia en vez de que lo haga el sentimentalismo crónico, analizar, deducir, experimentar. Me repetía que no debía haber problema, mi “modernidad” era la suficiente como para establecer puntos a favor de la mmm, ¿cómo se diría? ¿Bigamia? No estábamos casados ¿engaño? Yo sabía, ella sabía, después ella supo que yo sabía. No había engaño. Que ella amaba a alguien más, no como a mí, sólo distinto. Sí, eso, amar a alguien más de una distinta manera. Esa es la gran palabra, DISTINTO. ¿Qué tan distinto se puede amar?

Hasta ahí todo bien. Ahora, H. no amaba a mucha gente, sabía que a mí si me amaba. Después supe que amaba a alguien más. Pero entre ese tiempo de no saber y luego saber, lo único que tenía que aguantar era que a ella siempre le gustó ser (mamonamente) “libre”. Me costó trabajo al principio. Pero poco a poco me acostumbré. I. me había dicho que a todo se acostumbra el hombre, menos a no comer. Ella tenía muchos pretendientes y no es para menos, era hermosa, agradable, desinhibida, cabrona. A veces tierna y le gustaba la gente, le gustaban los hombres, las mujeres. Le gustaba besar y coger con quien quería y como se le antojara. Pasé un buen rato adecuándome a verla y de pronto no verla. A salir sólo con algunos de sus amigos, a evitar las situaciones incómodas, a evitar darle sorpresas, a hacer lo posible por evitar comparaciones sexuales, económicas, o de cualquier tipo. Ella obtenía amor al doble o al triple o al cuádruple ¿para qué desgastarme si ella tenía amor de sobra? Me hacía pendejo cuando mis pocos amigos me decían que fuera más atento para recuperarla. ¿Se puede recuperar el amor que no es para mí? Francamente, no podía quejarme, conmigo no había cambiado nada. Ella seguía igual de intensa. Igual de amorosa y simpática. Era como una buena serie de televisión, por más que cambiara de canal, el programa seguía en el mismo horario, con los mismos personajes y la misma intensa historia. Ella seguía diciéndome que era al único que amaba, todo lo demás, era diversión momentánea, ratos y experiencias que no cambiarían su vida, que YO, si cambiaba su vida, que YO era necesario para completarla.

A ratos tenía esa melancolía. Y creo que no era tanto por saber lo que ella hacía, sino por sentirme común y normal. Por no ser más como ella, más desmadroso, más extrovertido. A veces, me gustaba pensar que en realidad ella era más normal que yo. Ella pertenecía a más grupos donde ella era normal y yo, en esos mismos no. Es decir, si tenía un grupo de amigos swingers, era normal que tuvieran varias parejas. Ella las tenía y ella era una swinger normal. Yo sólo tenía una pareja, entonces el anormal era yo. También existía un grupo de amigos que no tenía televisión, que la odiaban, yo sí tenía y la amaba, yo era el anormal. Tenía amigos bisexuales, yo no era bisexual, yo era el anormal. Ja. Qué iluso ¿no? porque si lo seguía analizando, esos grupos aún eran minoritarios y yo en realidad era parte de un mínimo pedazo de las grandes masas amantes de la televisión, heterosexual y monógamo. Parte de los normales.

Después de casi 2 años de vivir con H., conocí a O., salí con ella. Platicamos, nos entendimos, nos besamos. La modernidad esta vez me favorecía. Cuando H. se largaba los fines de semana, buscaba a O., salíamos, nos divertíamos. Ella tenía esposo. Con ella sí era un engaño. Su esposo no sabía y no teníamos la más mínima intención de decirle. Yo le propuse “seamos amantes”. Qué mamila se escuchó cuando le dije. Aceptó. Y le platiqué a H.. Esperaba que se pusiera celosa, que se enojara, que me diera un sermón, que me pegara, no sé, una reacción, cualquiera. Algo que me diera un motivo para evitar ver a O.. Me contestó algo así como “Ya te habías tardado”. No me acuerdo bien de las palabras, me acuerdo perfectamente de la sensación. De ese dolorcito en la panza. Yo vivía con H. en un departamento blanco por dentro, por fuera era un edificio café. Eran 2 recámaras, un baño, una sala-comedor, cocina y patio de servicio. Uno de los cuartos lo usábamos como estudio. Ahí instalé mis computadoras, ahí ella puso algunos de sus muchos libros, mi colección de discos piratas y no piratas (3). Yo pasaba la mayor parte de la tarde en ese cuarto. Estaba mi póster de Mortal Kombat y al lado uno que puso H. de Cortázar. Qué bonito. Sí, así como al principio, bonito.

Usé la casita de campo que estaba construyendo en el terreno de mis papás. Le compré una cama, una sala baratita, una estufita y un refri. Pinté la casa de verde lima. Sólo le di llaves a O.. Ahí nos veíamos. Ahí pasamos los ratos que me hicieron más perezoso con H. Comencé a sentirme mejor. O. quiso hacerle algunos cambios a la casa, decorarla. Se veía mejor, cada vez era más agradable estar ahí. Comprendía un poco más a H., no era que dejaras de amar, sólo que había otras cosas que no puedes compartir con una sola persona. Entendía perfectamente su filosofía.

De lunes a viernes me despertaba a las 5 de la mañana para poder correr un rato y llegar a tiempo a trabajar. A las 7:30 ya estaba listo y me preparaba un licuado y pan con queso. Despertaba a H. cuando me iba. Sabía que era en vano, porque generalmente ella despertaba a eso de la 1, excepto cuando tenía que ir a trabajar (sólo trabajaba miércoles y viernes) en esos días, se levantaba a las 11. Llegaba a la oficina, leía mi correo, leía algunas pendejadas (periódico, revistas, etc., sobre todo los lunes, los demás días sólo leía mi correo). Los martes eran días de junta. Junta de departamento, junta de equipo de investigación, junta de planeación virtual. Juntas. A la 1 me salía para comer. Comía en la fondiux (así se llamaba el lugar), compraba unos camel con el güero y me regresaba a la oficina (estaba a 3 calles en L de la tienda). Terminaba mi diario quehacer electrónico y salía a las 6. Tomaba el metro (faltaban algo así como 3 meses para que me dieran mi flamante Honda Accord), recorría unas 6 estaciones de la línea magenta y caminaba 5 cuadras para llegar a mi hogar. O. cambió un poco esto, porque los días en que H. trabajaba, en vez de regresar a casa, me iba a la casita de campo, estaba más lejos, hacía casi 2 horas para llegar, pero era estimulante saber que O. también llegaría ahí.

Oye güero y ¿cómo se llama la chava con la que está tu chic? Ah cabrón, déjame ver. Nos paramos en la caja de las cocas y tratamos de reconocerla. Siempre nos dio la espalda. Su cabello era ondulado y por algún momento pensé en O. pero después ambas prendieron cigarros. O. no fuma. Tampoco usa zapatos altos. Pensé y pensé, ¿quién podría ser? ¿La conoció en sus clases de francés o en el trabajo? Se fueron. ¿Por qué se salían juntas de un edificio verde? ¿A dónde iban? Quise seguirlas, pero el güero me pidió que le ayudara con su tarea. Estudiaba la prepa nocturna y al parecer le pidieron el análisis de un libro para su clase de literatura. Ve la película, le dije. Ya la busqué en el videoclú (el changarro de la esquina contraria al establecimiento güerezco), me dijeron que la tienen rentada. Que llega hoy en la noche. Y necesito el análisis para HOY en la noche wey. ¿Qué libro es? El señor de las moscas. Oye, y ¿en serio sabes leer? Sí, mira, ahí dice “vuelves a decirme una pendejada así y te parto tu madre”. Ay wey, no pos sí. ¿Ya leíste algo? O ni siquiera has conseguido el libro. Sí, mira aquí lo tengo, me lo traje del metro. Ay hijo de la chingada ¿qué no sabes que esos se deben regresar? No seas pendejo, de la vieja esa que vende libros en la estación de la Raza. Oh, pues es que contigo uno no sabe ni qué pedo. Bueno, pero ¿ya leíste algo? El primer capítulo. Y ¿de qué se trata? De unos niños. Ay no mames, si eres bien pinche listo, pa’ que vas a la escuela, ya deberían haberte dado un doctorado honoris causa. ¿y eso qué es? Nada, olvídalo. Entonces, qué ¿me echas la mano? La neta me da flojera andar escribiendo de eso ahorita y traigo chamba atrasada. Mejor te presto la película. Tengo el dvd en mi casa. Y dónde chingados piensas que voy a ver eso. Yo con pedos tengo una tele y una video ache ese. Uh que la, no te digo, pinche retrógada ¿siquiera tienes luz en tu casa? Simón ¿a poco crees que estamos en tu pinche pueblito? Pues te presto el aparato. ¿Qué pasó? Si nomás quiero ver la película, no sabía que tenía que agradecerte el favor de esa manera. Ya no seas mamón. Vamos por el reproductor y el disco. Deja cierro la industria. Órales, te espero en el metro. Oye, pero préstame tu teléfono para avisar a la oficina que me voy a tardar un rato ¿no? Préstame a tu hermana. Cabrón, te voy a prestar un palo a ver si así se te quita lo pendejo. Ya, ya, habla.

Al güero lo conocía desde que vivíamos en el pinche pueblito. El manejaba una micro desde los 16 y yo pues en ese rato estaba en la prepa. A él le tocaba la ruta que me dejaba frente a mi casa. Un día yo no llevaba dinero, el pinche Rupe me lo había ganado en un concurso de fuercitas. De todos modos me subí al camión (siempre me cobraban al bajar). No sabía que chingados iba a hacer. Iba el güero manejando y justo cuando pasamos por mi casa que me aviento. Era una subida como de 48 grados «ay que mamón soy para eso de los números» y aunque la micro no podía ir muy rápido, sentí que estaba en una película. Pinche película de bajos recursos, porque el stunt o sea, yo, se agarró un putazo que lo mandó al hospital. Me rompí la madre y el brazo. Se paró el güero y me echó la mano, tocó el primer zaguán que encontró (qué era el de mi casa) y salió mi hermana. Histérica la pobre, nomás gritaba “No, no te lo lleves diosito, llévame a mí”. El güero nomás decía “me van a correr, pinche escuincle suicida”. Me recuperé y todo, duré un rato enyesado. El dueño de los camiones, no sé por qué motivo, me dio una tarjetita que me dejaba usar cualquier camión sin que me cobraran. Al güero nomás lo regañaron, pero ni tan gacho, porque la culpa fue completamente del chamaquito pendejo que no traía dinero. El güero a veces me preguntaba de mi brazo, luego empezó a preguntarme de mi hermana y así, todos los días ya platicábamos de pendejada y media. Nos hicimos cuates. A veces se iba conmigo el Rupe y pues también empezó a juntarse con nosotros. Cuando terminé la prepa, me fui a la capital del estado a estudiar la universidad. Al güero lo seguí viendo los fines, no mucho vamos a rescatar ya de esos momentos de jovial y feliz vida. Ora si que a lo que te truje chencha. Por alguna razón, él y el Rupe pusieron una tiendita en el DF y por alguna razón, la pusieron cerca de donde trabajaba. No sé, fue su pedo no el mío.

Qué hermoso es ver a dos mujeres desnudas, abrazadas, complacidas, dormidas. Y me permito repetirlo: HERMOSO. Esa para mí es una palabra grande. No suelo usar palabras grandes, escribo de una manera muy simple con chidos, chales, bonito, estúpido, cagado, lenguaje común en una persona común. Pero me parece que para ese momento la palabra fue justa. No sé si dos hombres desnudos también se ven hermosos. No sé si yo y H. ó yo y O. desnudos nos vemos hermosos. Ellas lo éran.

El güero y yo fuimos por el dvd al departamento blanco. Era miércoles entonces, H. debía estar trabajando. Tomamos el aparatejo y nos íbamos saliendo cuando noté que la puerta del baño estaba abierta y la luz prendida. Si de algo estoy seguro, es de la manía de H. por ahorrar luz, agua, gas, dinero. Todo lo ahorrable H. lo ahorraba. Entré, apagué la luz. ¿Por qué diablos estaba prendida la luz? Otra vez me vino a la mente O. tiene esa costumbre rara de buscar el apagador cada que entra a un cuarto y prender la luz, sea día, medio día, noche (entendible en ese horario) o lo que sea. Chale, pensé en qué cagado un pendejo que anda con 2 maníacas. Pero ¿por qué chingados estaba la luz prendida? No se habría atrevido la pinche H. a traer a sus pendejitos a la casa o ¿sí? Hay pinche sensación en el estómago, otra vez esa pinche sensación. Creí que ya la había superado. ¿Por qué se tiene la necesidad de estar seguro? Entré al cuarto. Y ahí las vi. Dos mujeres desnudas, abrazadas, complacidas, dormidas. Insisto, hermoso. Pero que no mamen, están en la casa de H. y mía y aquí no van a hacer sus cochinadas, aquí no se van a poner jariosas, aquí no coge nadie que no sea yo y H.. ¡A chingar a su madre las dos pendejas hermosas!

Es extraño, las dos debían tenían el sueño pesado porque ni con el ruido que hice en el baño, ni la puerta (que aunque no rechinaba de las visagras, hacía un ruido cagado cuando girabas la perilla), ni mis pasos las despertaron. Me acerqué a la de pelo ondulado. Qué bonitas nalgas tienen las dos. H. tiene unos lunares preciosos en el pecho. Me gustaba contarlos, besarlos uno por uno, fingir que los podía mover de lugar para besar muchos lugares más. A esta otra mujer sólo le noté uno en el hombro. No le veía la cara. ¿Qué hacía? ¿Les gritaba y las corría? ¿Me largaba y en la noche armaba un pancho con H.? La idea de correrlas era nueva. Pero soy muy tranquilo. En la vida había corrido a alguien. ¿A qué hora llegaron? Nosotros las vimos irse del edificio, de ahí se habrían ido al departamento, habrían hecho casi 45 minutos más los otros casi 20 del pendejo libro del güero y los otros 10 para llegar a la casa ¿un ratito les hizo dormir tan plácidamente o ya venían cansadas? ¿entonces que estaban haciendo en el otro edificio? ¿cogieron allá y se vinieron a jetear acá? Puta madre cuantas pinches preguntas. En el buró había un disco. Me llamó la atención porque tenía mi fea letra: Con cariño, S.. Pinche cursilería. Cuando lo escribí me dije lo mismo y ahí me lo decía otra vez, iba a quemar otro pero H. me enseñó a ahorrar lo ahorrable. ¿Le había firmado un disco a H.? Tomé el disco. Con una mierda, nunca le había firmado un disco a H., de hecho, sólo había firmado un disco en mi vida. Bueno, había escrito “baladas de mierda” o “punchis – tecno – trance – marihuana vol. 15” o pendejadas así, títulos pues. Ese era un disco de O. ¿Por qué putas dejé un disco de O. ahí? Salí asustado del cuarto con el disco.

¿Qué pedo? ¿qué traes? ¿Estás bien wey? Sí güero, vámonos. Wey traes una cara de espanto. Ya wey vámonos.

Yo tenía tres casas, bueno rentaba una casa (azul), un departamento (blanco) y la otra era técnicamente de mis papás (verde). Que mamón. En la casa blanca vivía con H., en la verde jugueteaba con O. y en la azul me aislaba de la gente, de H., de mis papás, de la oficina. A veces llevaba a cuates, utilísima para las pedas. Esta última era mí casa. La desordenada, la sucia, la que guardaba las botellas en que se resumían mis ratos creativos. La de las colillas de cigarro.

Oye wey y ¿dónde vamos a usar esta madre? ¿vamos a mi casa y nos echamos unas chelas para el susto que traes? No güero, voy a mí casa, llévate esta madre. Ah chinga ¿qué no venimos de ahí? No. esa es la casa de H.. Ah, órales. Bueno, te veo luego.

Yo me fui a la casa azul. Llegué, saqué mi discman, le puse el disco que traía y me puse a oírlo. ¿Por qué sentí que era malo que estuviera el disco de O. en el buró? H. sabía de O., no tenía que dar explicaciones ni nada. No era malo o ¿sí? Digo era uno de mis quereres ¿no? Una vez me encontré un reloj en su chamarra que no era mío (claramente era de hombre) y no le dije ni madre. Seguía encabronado, por haberlas encontrado ahí pero más era la culpa que tenía por el disco, por eso me salí. ¿Por qué sentía culpa? Pinche humano, analiza todo. Tal vez porque comenzaba a amar a O.. Porque amar a otra persona no estaba dentro del trato. Porque podíamos echar desmadre con quien quisiéramos, pero siempre sabíamos que por encima de todo estábamos H. y yo. Creo que ese era el pedo, H. ya no estaba sola. ¿Qué tan distinto se puede amar a dos personas? Decidí, luego de dos caguamas de Pacífico, que era mejor hacer como que nada pasó. No decir nada y olvidar el incidente, no me convenía seguir teniendo estas culpas, yo con secretos soy muy obvio en las discusiones. Mejor lo evitamos. ¿Notaría H. que el dvd no estaba? Ella ni ve la tele, ni cuenta se daría. La luz ¿notarían que apagué la luz? Né, con la manía de H., tampoco se daría cuenta. Dejé el discman en la mesa y nunca más volví a usarlo. Mi teléfono sonaba a cada rato. En la oficina me buscaban. Como a las 7 de la noche dejó de sonar. Y como a las 7 y media y con 4 caguamas encima me regresé a la casa blanca. 4 caguamas definitivamente te tranquilizan. Regresé, la besé y dormimos. Nada dije, nada dijo. Me abrazó y dormimos.

Pasaron 3 o 4 meses. Mi vida siguió igual, H. en la casa más clara, O. en la más pintoresca. Bueno, igual es una mentira. Sentía cada vez más el amor por O.. Eso no es igual. O. se decidió por dejar a su marido. ¿Quería vivir conmigo? Yo no iba a dejar a H.. Se quedó “fija” en la casa verde. Por cierto, O. también sabía de H., desde el principio supo, aunque no se conocían. Lo aceptó sin problemas, ella era casada y como dije al principio, era un engaño, sabíamos perfectamente que las explicaciones no eran lo nuestro.

Un fatídico lunes llegó en Febrero. bueno, eso de fatídico es una exageración No, ni madres, ese lunes me dio la primer señal para convertirme en el malo, ese lunes me arrebató mi primera casa. Un lunes así tiene que ser fatal. Fatal es una palabra grande.

Lunes en la mañana

Desperté más temprano que H. como de costumbre. Corrí y cuando regresé H. ya estaba despierta. Me preparó el desayuno. No mames ¿qué te pasa? nunca me habías preparado de desayunar. Necesito hablar contigo. ¿Ahorita? Voy al trabajo hablamos en la noche. No, antes, bueno, comemos juntos. Sale. Te espero aquí. ¿De qué quería hablar? Me vino a la mente I. diciéndome “cuando las mujeres te dicen necesitamos hablar o algo así, es porque te van a mandar al carajo”. ¿H. me iba a mandar al carajo? No pude trabajar. Archivos aquí, hojas acá, firma en el papel azul. Café. ¿Por qué quiere hablar? ¿Ya sabe que amo a O.? Mierda. En ocasiones así, es fácil decir mierda. ¿Estará relacionada esa palabra con la sensación en el estómago? Sí, porque es una sensación de mierda. Como a las 11 recibí una llamada de O. al celular. Necesito verte. Bueno, te veo en la casa verde para cenar (total, si iba a tener pedos con H. sería chido descansar con O.) No, estoy en la ciudad, mejor cenamos aquí. Órale, en el café de la colonia M.. Okey ¿a qué hora? Como a las 7. Okey, bay. I. también dice que cuando una mujer necesita verte es porque anda caliente o porque te va a mandar al carajo. A I. creo que lo han mandado muchas veces al carajo.

Salí para la casa blanca. Pasé antes con el güero por unos cigarros. Llegué. Escuché mucho ruido. H. buscaba su caja de maquillaje. H. casi nunca se maquilla, por eso la pierde, por eso me gusta, por eso y por sus ojos rasgados, misteriosos, interesantes, por eso y por su piernas deliciosas. La importada le decían. Importada, tráeme esto, importada, tráeme lo otro. Un día, un día de esos en los que no hay mucho que hacer, salvo pensar y roerte las sienes con pendejadas, salí a buscar un poco de mota. Yo que putas iba a saber donde encontrar esa madre. Caminé unas 3 cuadras y paré un taxi. se paró el taxi, luego se acercó un cabrón de quién sabe dónde y se subió antes que yo (supongo que también le había estirado el dedo). Yo, que soy un pasivo de mierda, no alcancé sino a balbucear que ese era mi taxi. El gritó “órale pinche importada, se nos va a hacer tarde”. Volteé y se me olvidó que el taxi era mío y que tenía que pelear por él, se me olvidó que a las tres de la tarde pasaba el micro frente a mi casa, que estudié una ingeniería y pinchemil diplomados de pendejadas, se me olvidó que mi familia me odia. Se me olvidó que quería mota, eso sí, no se me olvidó mi nombre, porque algún día tendría que decirle “hola soy S., encantado de conocerte” no, encantadísimo. Llegó al taxi (un tsuru verde que en vez de cristal traía un pedazo de hule en la puerta trasera) y me dijo “¿y tú qué me ves pendejo?”. A mí me sonó así como un “a dónde vas mi rey”. Pero me despertó el ladrido de su ¿novio? (nunca supe que fue). ¿qué tanto la estás baboseando pendejo? Ella añadió ¿qué, te gusto o qué? Nervioso, alcancé a balbucear “es que te pareces a rosita fresita” (puta madre, de veras no pude decir algo más estúpido porque no existe algo más estúpido). Los dos se cagaron de la risa. No mames, volvió a ladrar su acompañante y siguió escupiendo sus carcajadas. En ella la risa era perfecta (perfectísima), sus dientes, que en realidad no eran perfectos, tenían un colmillo salido que se asomaba como buscando algo que roer (¿mis sienes?) y se miraban en total armonía con su cara, con los ojos rasgados que tanto me gustan, con las pecas en las mejillas y los hombros (la importada vestía de azul, usaba un vestido que tenía apenas unas tiritas en los hombros y al que sus piernas preciosas dejaban que las cubriera un poco más arriba de la rodilla). Con la risa se encorvaba un poco, aunque luchaba por permanecer derechita-derechita, así como luchaba yo por quitar mi sonrisa de estúpido pierde taxi-razón-conocimiento. ¿A dónde vas mi rey? Preguntó. A mí me debería sonar como “¿y tú que me sigues viendo pendejo?”. Pero en realidad sólo me sorprendió que en serio estuviera preguntando eso. Pues para ser franco (respondí con mi voz grave de consejero ciudadano), estoy buscando un poco de mota. Súbete, le dijiste rosita fresita a la chica correcta y a dónde vamos, habrá de sobra. Y me subí. Y fui con ellos a una fiesta. Y la miré bailar. Y fumé un poco de mota. Y la miré quitarse los zapatos cuando comenzaron a ser molestos, algo muy usual en ella, quitarse de encima lo molesto. Imaginé que se quitaba los zapatos en mi casa (me hice una nota mental: mandar alfombrar, no, con alfombra no se puede bailar, mandar poner duela, no, es muy cara, mejor con algún piso imitación duela). La música parecía Bossanova mezclada con Jazz y Funk. Sería interesante hacer un estudio de las propiedades que adquieren algunas telas con el movimiento o bien con el aire que las obliga a moverse o con las piernas de las personas. Alguien le acercó una silla. Se sentó el pendejo ese del taxi. Ella bailó sólo para él. Más bien mirándolo sólo a él ¿así es como bailas para alguien? ¿Mirándole mientras bailas? Todos, o los que podíamos, los mirábamos también. No voy a hablar de lo que pasó en ese momento, ese me lo guardo. Mejor, lo que imaginé, no, ese menos. Sólo sepan que me la imagine en otro lugar y en otras deliciosas (deliciosísimas) circunstancias.

¿Qué pasó? ¿También me vas a preparar de comer? ¿Vamos a hablar antes o después de comer? Antes. Órale, dime (digo dime tan fácil, pero mierda, cómo se sentía gacho en el estómago, H. toma un respiro, se acomoda el cabello, me mira a los ojos y se nota que trae problemas en la cabeza, contradicciones, preguntas, decisiones, el departamento blanco se mira más grande, más vacío). Amo a alguien más (si alguna vez han escuchado o asumido la frase mariposas en el estómago, sepan que la versión cabrona, la opuesta, tendría murciélagos, murciélagos revoloteando entre la hamburguesa o lo que sea que hayan tragado, carcomiendo lo que se encuentran, en ocasiones la hamburguesa y a ratitos la paredes del estómago). ¿A quién? (de todas las preguntas que tenía, hice la más estúpida que pude encontrar, la más jodida, me quedo callado, esperando). A una mujer (a preguntas jodidas, respuestas jodidas). ¿Qué se dice en esos momentos? Yo ya no podía hablar. Me senté en la mesa y señalé su caja de cosméticos. Ahí está. Ella toma la caja, me acaricia el pelo y sale el segundo cuchillo del día. Ya no podemos vivir juntos. Me da un beso en la cabeza, se va y me deja con el silencio. Puto el silencio, puto el piso de duela.

Lunes en la noche

También me salí, me fui a la casa azul, me encerré. Ya no quise preguntarme nada. Preguntar me ayuda a entender, a pensar, a encontrar hechos, ligarlos y suponer. Todo eso valía madres. Ya no quería saber. Quería gritar, quería golpearla, quería golpear a su pendeja, quería que algún pobre estúpido me intentara robar la cartera, que me obligara a reaccionar de algún modo y golpearlo. Quería hacer muchas cosas. Pero sólo compré cervezas y me senté en mi sillón mediano. No regresé al trabajo. Sentí que me hundía, que me convertía en el sillón con resortes que pican desquitándonme con cualquiera que se sentara en mí. ¿Alguna vez se han quedado dormidos después de llorar? Llorar cansa mucho. Será por que te esfuerzas en olvidar pero al mismo tiempo lo que te duele se esfuerza en joderte, está ahí, no se mueve. Es como en las caricaturas, cuando el coyote cae en cemento fresco de secado instantáneo. Se vuelve macizo y se queda en una posición. Por más que intenta no se puede mover, acaso los ojos. Tiene que esperar a que algo suceda (ya sea que pase alguien y le ayude o un camión que lo atropelle, o el correcaminos que lo asuste) para que rompa la piedra. Pero mientras tanto, se esfuerza demasiado, gasta sus energías, se cansa. Me quedé dormido. Dormido en mi cemento. Mi celular me despertó. ¿Bueno? Menso te estoy esperando, quedamos que a las 7. ¿Vas a venir? No, me tardaría como una hora. ¿Estás con H.? No, estoy en otro lugar. ¿Dónde? En una casa que no conoces. Dame la dirección. No, mejor hablamos mañana. No, necesito verte. Es calle L. número 23, colonia U., en la delegación FG. Es una casa de dos pisos, azul con amarillo. Es el 2º. Piso. Está frente a una tienda de abarrotes. Está fácil, en esta colonia es la calle que tiene más gente. Hay un chingo de puestos como a dos calles. Cualquier cosa, me llamas. Bueno, te veo allá, oye ¿de quién es la casa? ¿no hay problema si me quedo ahí? No, no te preocupes, aquí te espero. Bueno, pues ahora ya sabía de mi otra casa. En ese rato de hora y media entre que llegaba O. y el clic de mi celular cuando se cerró, me puse a limpiar. Bueno, en realidad sólo tendí la cama. Prendí la telecita, a ver si pasaban en las noticias a un cabrón partiéndole la madre a otro, o una guerrita o un par de polícias matando delincuentes, qué se yo, alguna madre que me ayudara a descargar un poco de lo que traía en la cabezota. Escuché los pasos de O., pasos rítmicos de tacón alto. Tocó la puerta y abrí. Antes, me había puesto en los ojos unos algodones con té de manzanilla para que se me quitara lo hinchado de la chilladera (lo que me recordó cuando H. me enseñó el truco, lo que me recordó cuando mientras se ponía esas madres le levantaba la falda y lo pasábamos chido, lo que me recordó que me había mandado a la chingada, lo que casi me hace llorar de nuevo pero me apreté los güevos, metafóricamente, aventé los pinches algodoncitos de mierda y le abrí). Recién entra y me da un beso. No un beso de piquito ni mamadas por el estilo, un beso de telenovela, de esos que se dan cuando uno se separa por meses/años, de esos que te succionan las ganas de estar con otra persona y te convierten en un esclavo, en un adorador de la diosa. Ese día, después de todo, tendría que tener su lado bueno (diría I.). ¿Me extrañaste chiquito? Me cagan las alusiones a mi juventud, a lo escuincle, chiquito o niño que puedo ser. Pero en esos momentos todo valía madre, como dije, era su adorador. Este chiquito le iba a hacer su estatua de oro. Aquí es donde puedo esclarecer un poco mis dudas y darme cuenta de lo que significa amar a dos personas. En esos momentos (o al menos hasta que llegó O.) la vida era la más pinche de las cacas que un perro pudiera excretar en un día de diarrea. Se escucha gacho, culero, asqueroso y cagado. Así era. La puta vida se reducía a ser puta y a que me dejara en paz por un rato para tomarme mi pacífico y cansarme de llorar hasta quedarme dormido (lo que antes nunca me había pasado, generalmente cuando me atropellaba la vida con sus putadas, me largaba a casa de mis padres y les ayudaba a cortar el pasto, a pintar el zaguán o me iba con mi abuelito al campo a recoger la calabazas y sus flores y llevarlas al mercado, buscaba cosas que hacer). Sin embargo, llegó O. y tenía que amar a O. como para poder recuperar el ánimo. Tenía que amarla como para aceptar un beso que me chupe las ganas de mentarle la madre a Dios por crear al engendro del demonio, a mis papás por dejarme crecer y largarme de su casa, a H. por ser el engendro. Sí, debía ser amor el que después de ese beso no pudiera pensar más que en ella, en ella y lo rica que estaba y lo cálido de sus abrazos y lo intenso de su mirada y lo suave de su cuello.

¿Qué te pasó en los ojos mi vida? Nada. ¿Estuviste llorando? Nel, me agarré a putazos con el güero. ¿Por qué? Porque el culero no me ha regresado mi película (ahora que lo pienso más, qué infantil soy). A ver, siéntate aquí y ponte unos algodoncitos con té de manzanilla (ah chinga, ¿en su tierra también hacían eso?). Me puso los algodones mojados en otro té y me sentó en el sillón chiquito. Sentí que me hundía de nuevo. Mejor vámonos a mí cuarto. ¿Tu cuarto? No sabía que también vivías aquí. La casa es de unos cuates, pero les pido que me alquilen un cuarto, por si algún día me mandas al demonio.

Me acosté en la cama, me puso otra vez las cosas esas de manzanilla/agua. Y de pronto asentí en darle a I. el crédito por lo acertadas que son las estupideces que dice. I. es un sabio y sabio es una palabra grande. O. comenzó a acariciarme. Me quitó la ropa. No hay nada más excitante que una mujer con iniciativa. Tal vez algún día escriba relatos eróticos y ponga lo que esa vez pasó o tal vez mande mi anécdota a playboy o tal vez esto tampoco se lo platique a nadie. Eso que hicimos, eso fue amor en una de las más puras formas. Amaba a O..

Martes

A O. le encanta la música. Más que a cualquier persona que conozco. Mi olvidado discman, con el disco culposo, estaba en el escritorio bajo una laguna de papeles. O. encontró una caja de “éxitos juveniles de 197X”. Hizo que sonara en la grabadora y desperté. Sabes que la vida ha dejado de ser caca cuando una hermosa mujer está en tu cuarto bailando desnuda. Y te ama y la amas. Y no vas a trabajar y dejas que el mundo siga con lo que los comunes y rutinarios hombres llaman “vida”. Busqué un cigarro. Me puse mi bóxers amarillos y salí a la sala a buscarlos. ¿Quieres un cigarro? (grité desde la cocina, O. no fuma, pero siempre le ofrezco). Sí, ¿tienes mentolados? No, sólo camel. Estaba una rolita de Camilo Sesto (Fresa Salvaje), O. tarareándola. Uh uuuh uuh uh. Terminó la canción y siguió el “Si-tu-me-quieres dame-una-sonrisa si-no-me-quieres no-me-hagas-ca-so” y O. oprimió el FWD. Deja esa (grité desde la cocina de nuevo, donde hacía un rato que buscaba unos cerillos). No me gusta (remilgó). Ándale, a mi me gusta mucho (encontré los cerillos y regresé al cuarto, prendí mi cigarro, oprimí el BWD, que en realidad no importaba, porque estaba grabada 3 veces seguida en el tomi’s records). ¿No tienes otro disco? No, creo que no, búscale si quieres en el escritorio. O. encontró el discman después de escarbar en los papeles. Lo abrió. Con que aquí estaba mi disco. ¿Cuál disco? El que me regalaste, al que le escribiste cursilerías (ah, tu también lo notaste). Creí que se lo había prestado a una amiga. Ahí, la vida o Dios o Satán o el gran Perro de los grandes poderes diarreicos, me recordó que la vida es una caca. ¿Habría sido yo tan pendejo como para no darme cuenta? Cuando uno está enamorado se vuelve estúpido, yo estaba enamorado de 2 mujeres, entonces debía estar absurdamente imbécil. Caminé a la sala, aventé el discman y por alguna puta razón, recordé una de las más enigmáticas frases de I., todas las pinches viejas son iguales.

7 commins a “de como me convertí en el malo”

  1. Coller dice:

    Exquisita prosa… buen manejo de los tiempos… y coño… que de la verga quedar como un exhibicionista-inmoral-golpea-ancianos luego de una situación así.

  2. nosnam dice:

    inches viejas;
    inches = pulgadas
    viejas = antiguas,
    so, por lo tanto,

    antiguas pulgadas
    🙂

  3. Historias de la red at Doble Negacion dice:

    […] Una historia indudablemente bella, cruda en su narrativa, bien contada aunque con el final algo vendido, fue lo que me encontre en el blog de Amargator. La posteo por que me dejo con un sabor a depresion y una actitud meditabunda. Aqui la historia completa. ¬¬ […]

  4. meneame.net dice:

    de como me convertí en el malo

    Cuento interesante… "No había engaño. Que ella amaba a alguien más, no como a mí, sólo distinto. Sí, eso, amar a alguien más de una distinta manera. Esa es la gran palabra, DISTINTO. ¿Qué tan distinto se puede amar?"

  5. DECA 4211 dice:

    Simplemente increíble, me recordó a Diablo Guardián de Xavier Velazco.

  6. stormbringer dice:

    Muy buen texto

  7. Doble Negación » Blog Archive » Historias de la red dice:

    […] Una historia indudablemente bella, cruda en su narrativa, bien contada aunque con el final algo vendido, fue lo que me encontre en el blog de Amargator. La posteo por que me dejo con un sabor a depresion y una actitud meditabunda. Aqui la historia completa. ¬¬ Posteado en Historias « Doble Negacion vs MacBlog Pro (hagan sus apuestas) El duelo de bloggeros (Bloggers duel) is now international » […]

si puede, dígalo con groserías